jueves, 26 de diciembre de 2013

houston, escucha

Houston, tenemos un problema. 
¿Corto? ¿Cambio? ¿O sigo hablando? 
Houston… 
Tenemos un problema muy gordo. 
¿Qué? 
¿Que no? 
¿Que no hay problema? 
Venga, Houston… 
Maldita sea. Nadie me escucha en las altas esferas. O mi voz se queda corta o son las ondas, que no llegan al espacio. Quizás no lleguen. Puede que sea eso. Que, al habernos embutido en esta estrambótica realidad en la que Houston corona la luna y la tierra está llena de cráteres, la conexión se tambalee. 
Mi voz no llega a Houston, y Houston ya no llega a mí. No hay nexos. Porque se ha elevado demasiado. Todo se dio la vuelta, se invirtió la polaridad. Y la razón de ser de la base en Houston dejó de tener sentido. Ya Houston no conoce mi estado, y me envía órdenes que no cubren mis necesidades más básicas. Ellos, simplemente, me miran desde arriba. 
A Houston ya no le importan mis problemas. 
Podría llorarle al transmisor, morder los cables, girar las ruedas, salir a la calle y chillar, desgañitarme para que escuchen de una vez que no, que no me gusta que la luna esté en mi casa. Que yo quería flotar por el espacio. 
Houston, joder. Que tenemos un problema. 
Quizás esto sea simplemente una incomodidad más de la distancia existente entre la base y la tripulación. Entre los que mandan y los mandados. Porque, en teoría, el poder existe para cubrir unas necesidades, para que la vida en la base del cilindro sea llevadera, segura. Houston debe velar por la seguridad del astronauta, y debe posibilitar que la misión salga correctamente. Para ello, la base de control está en la tierra, desde donde la misión se ha planeado, desde donde ha salido la nave. Y es que la misión recae directamente sobre la tierra; ésta es su razón de ser. Personas que dirigen a personas por el bien de las personas, por el bien de las personas a dirigir. 
Y, sin embargo, Houston se trasladó a la luna. Y da órdenes a la tierra, pero no se acerca a ella. El único punto de referencia son los datos que, ordenadamente, distintos organismos sondean. Datos fríos, muertos. Nadie puede conocer, desde una luna alta y ajena, cómo vivimos en la tierra. Y Houston ni siquiera escucha que tenemos un problema. Un problema gordo, que tendrá consecuencias. No para ellos, sino para nosotros. Porque somos, sin duda, dos especies o castas separadas, y no pertenecemos a la misma realidad aunque quien debe velar por nosotros sea, supuestamente, uno de nosotros. 
Houston ascendió. Le dimos la potestad, el poder suficiente para hacerlo. Todo porque no supimos barajar bien las cartas, o porque nunca nos enseñaron a hacerlo. Por un simple error de percepción. Houston ascendió como los globos de helio, y nosotros nos quedamos oteando el cielo desde esta tierra-luna. Y, desde que lo hizo, comenzaron a sucederse las locuras. Nos convertimos en símbolos, en carteras con patas; nos robaron el derecho a manifestar las dolencias sociales; la sociedad más individualista hasta el momento comenzó, irónicamente, a ser tratada como dos entes sin diferenciación entre sus células (alto, bajo); nos cosificaron; convirtieron las ayudas en utopía; amedrentaron la rabia, creyendo que nos anulaban; hablaron de progreso mientras nos propulsaban sin descanso hacia un injusto pretérito pluscuamperfecto; nos obligaron a procrear, procrear y procrear; nos clasificaron atendiendo a los papeluchos que llevásemos dentro del bolsillo; se propusieron que jamás aprendiésemos que hay algo más allá. Y, encima, ni siquiera han pedido perdón. 
Y cortaron la comunicación. O hicieron oídos sordos. No sé qué es peor. Lo que sientan, lo que vivan aquéllos que son gobernados no importa, porque donde verdaderamente se concentra la buena vida es en la luna. Una luna que nos robó Houston, convirtiéndonos en astronautas de visita en nuestro propio planeta. Y, ¿qué importa que enviemos, como locos, sondas al espacio? No importamos. No les importamos. Pero, ¿sabes?... Son ajenos a nosotros, y nosotros somos más. Podemos vivir, simplemente, en la tierra. Y luchar, pelear, recuperar la luna. 
Tenemos un problema… Y es un problema que ha llegado a doler. Que imposibilita muchas cosas. Si no hacemos algo con él, quizás el futuro no sea tan nuestro. No podemos dejar que las leyes dejen de ser instrumentos para salvaguardar los derechos y deberes del ciudadano y se conviertan, sin más, en las bombas de la batalla ideológica. Houston no escucha, pero, entre nosotros: Houston es el problema.

"Houston, tengo miedo...
Quiero bajarme de aquí"
(Houston, tenemos un poema - Love of Lesbian)



  
(Tenía en mente publicar una entrada semanal. Pero, debido a otro problema estelar llamado EXÁMENES DE ENERO, me veo obligada a disminuir la periodicidad de mis cabreos momentáneos hasta que empiece el mes de los 28 días. No se preocupen, nadie se libra de mí. Feliz navidad)

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