martes, 14 de enero de 2014

matemática literatura

La literatura y las matemáticas.
El negro y el azul marino.
Un cubito de hielo y un mechero.
Un parche y las gafas.
Un pez y un elefante.
El vino y yo.
Siempre los consideré opuestos. Elementos unidos precisamente por no tener nada en común, por no casar, por no poder ir juntos. Reside ahí la esencia de sus lazos. En que, al no ir jamás unidos, terminan uniéndose por oposición.
Y descubro ahora que un grupo de investigadores de la Universidad de Stony Brook ha encontrado el bendito secreto para publicar best-sellers. Y el secreto es un algoritmo.
La literatura y las matemáticas.
Y la literatura matemática.
Esta técnica se llama stastical stylometry. Se trata de analizar matemáticamente el ritmo, el estilo, las construcciones sintácticas, las palabras utilizadas y, por supuesto, la capacidad de enganche de la historia. Porque se buscan best-sellers. Tiene, además, un 84% de fiabilidad. Se ha experimentado con libros (literatura clásica, poesía, novelas de ciencia-ficción...) que en su momento tuvieron éxito, comparando los resultados predichos por la máquina con la acogida que históricamente tuvieron. También se ha hecho con libros que han fracasado, y los resultados han sido igual de exactos. Sólo falta un poco de precisión para que en el futuro cualquier libro tenga que pasar por esta criba.
Quizás yo sea un poco escéptica. No lo sé. Pero me acuerdo de Orwell. De 1984. Y pienso, porque soy una alarmista, que tal vez en un futuro próximo, como en el mundo del Gran Hermano, la música nos la componga una máquina.
No termino de tragarme la fiabilidad del invento. Creo que la literatura es algo muy especial. Algo capaz de removerte las tripas, de dilatarte las pupilas, de prenderte del papel y no soltarte. Hay libros que arañan, que dejan marca. Es como si no fueses tú quien subraya los pasajes, como si fuese el libro, por alguna razón, quien raya tus ideas. Y esto ocurre precisamente porque las vivencias del libro, esas escenas jamás vividas pero tantísimas veces sentidas, conectan con las tuyas. Se hilvanan a tu vida, a ti, que sólo has cometido la maldad de pasear tus córneas por las hojas. En los espacios vacíos que dejan las palabras se halla la experiencia de quien lee. Mi lectura es mía, aunque lea tu escritura. No sólo consumo, sino que creo ideas y conformo a partir de ellas una estructura, el edificio de mi crecimiento humano.
Sí. La literatura es algo muy humano.
El ritmo y el estilo son importantes. Y también la capacidad que tenga la narración para que desees conocer qué hay a la vuelta de la hoja. Y quizás una cuestión exacta pueda analizar esto. Puede que esto sirva para hacer dinero. Al fin y al cabo, son best-sellers. Pero hay cosas más allá. Hay humanidad. Y tengo que reiterarlo, porque es la única forma que tengo para explicar mi fobia a las máquinas. Un libro no es bueno cuando el estilo es impecable. Un libro no es bueno cuando quieres saber más. Un libro no es bueno cuando usa menos verbos, menos adjetivos, menos adverbios. Un libro es bueno cuando conecta con los ganchos que tú, en tu cabeza, has construido. Es bueno cuando te revuelve, cuando te agita, cuando hace que se te escurran lagrimones por las mejillas o te rías a carcajadas o sientas miedo o te arañes los dedos o te cabrees o crezcas. Un buen libro te hace sentir. Y eso, sin duda, no lo analiza una máquina. 
Esto me recuerda a 1984, y por correspondencia también a 1Q84, de Murakami. Se cuenta algo que me recuerda a esto. Un editor recibe un manuscrito para un concurso, y éste está escrito de forma desastrosa. La autora de la historia es una adolescente disléxica. Él podría tirar el manuscrito a la basura, desecharlo, preguntar qué coño es eso. Pero se queda prendado de la obra. Dice que hay algo fascinante en ella, que le atrapa. Y ya sé que esto también es literatura. No voy a basarme en lo que reza una novela para argumentar algo. Pero lo que quiero decir es que los manuscritos pasan ahora por un filtro humano. Y no sólo se analiza qué palabras use. También se tiene en cuenta el punto mágico de una narración. Un punto que una máquina no sabrá pillar. No se puede prever lo que guste o no guste un libro en base al estilo. ¿Dónde queda, aquí dentro, la novedad? Si nos basamos en el éxito que han tenido obras anteriores, ¿no estamos endureciendo un molde?
Y es que los que vamos a mimarnos con un libro seremos humanos, no algoritmitos con calcetines.
¿Qué tendrá que ver un ojo con un dedo?
Pero en fin, supongo que es eso del avance. Que tal vez algún día sea lo mismo negro que azul marino, tal vez un mechero y un cubito de hielo puedan quererse, tal vez podamos llevar gafas y dos bonitos parches, tal vez un pez pueda vivir igual que un elefante, tal vez (sólo tal vez) yo pueda beber vino y, quizá, si renunciamos a la magia, la literatura pueda ser una ciencia formal.



"La gente necesita esas cosas para seguir viviendo. Imágenes que no pueden explicarse con palabras, pero que son relevantes. En cierto sentido, vivimos para explicar ese algo"
(Haruki Murakami - 1Q84)




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