jueves, 21 de noviembre de 2013

de sonidos, moldes e intenciones

Glup. Glup.
Quizás te esté evocando un borracho que bebe, ya con la piel y los ojos amarillentos por el paso de la vida y, sin más, el del alcohol por la garganta. ¿Quién sabe?, quizás te lo imagines con boina, melena, una mano apoyada sobre la barra más fea del mundo y la otra, empecinada, empujando el vaso y derramando con suavidad el vino, ron, vermouth, o simple aguarrás sobre el esófago.
Glup. Glup.
Tal vez te evoque un río y el chapoteo de unas manos en el agua, la fuerza transmitida a algo que nunca se rompe porque, aunque la Biblia diga lo contrario, el agua siempre busca cómo rellenar los huecos. Autogenera su propia forma, se reinventa pasito a paso.
Glup. Glup.
O un par de gotas valientes que se desprenden del grifo de la cocina y caen sobre un cacharro.
Glup. Glup.
O la ebullición. Burbujas. Movimiento. Renovación.
Glup. Glup.
O quizás las gotas de lluvia que atacan la ciudad como soldados que saltan del avión de combate con miedo a desplomarse sobre la tierra yerma o una mierda, que temen su propia fragilidad pero, a la vez, no temen una revolución consistente en empapar zapatos.
Glup. Glup.
O una cena elegante y un camarero que sirve vino en una copa, y el chapoteo del líquido al pasar, de repente, de un recipiente a otro, al desprenderse de una parte de sí mismo que será tragada, digerida, parcialmente expulsada.
Glup.
Yo me imagino peces. Una pecera perfectamente redonda, con una redondez únicamente rota por una apertura en el punto álgido que sea para los pececillos como la luz en lo alto del pozo que una vez describió Murakami. La esperanza, o a su vez la desesperación convertida en materia, y sí, hablo de materia y me refiero a un agujero, a una ausencia, porque donde la oscuridad representa la nada y tapona el mundo, un pedazo de cielo que pende sobre la coronilla debe ser, cuanto menos, como una luna, una foto o una cuerda de escalada. Una pecera, en fin, con pinta de pozo. Y pececillos que nadan. Peces de colores, o en blanco y negro, qué importa. Y el agua. Pienso en agua, porque 'glup' representa siempre el líquido, la revolución de una sustancia que se adhiere al estado más dúctil de la materia, al estado de la búsqueda pero, a la vez, de la sumisión.
Imagino peces, y aquella frase de Córtazar: "A mí me parece que los peces ya no quieren salir de la pecera; casi nunca tocan el vidrio con la nariz".
Por alguna razón, imagino los peces quietos. Quizá porque las palabras de Cortázar calaron ya en mí en su momento y ahora no soy capaz de imaginar una pecera en la que los peces se acerquen al cristal e intenten hacerse dueños de la existencia posterior al molde de su agua. "Que se muevan", pienso a veces. Que se muevan, que naden, que sean peces y no estatuillas fabricadas en masa. Que huelan, que curioseen, que llenen los resquicios. Que saboreen, que giren, que toquen el vidrio. Pero no. Después de la analogía de Cortázar no soy capaz de ver peces en movimiento, ni siquiera en combustión. 
Pero el agua sí se mueve. No hay olas, porque una pecera es simplemente una recreación de un medio, y la ciencia pecerística no está ni por asomo tan desarrollada como para recrear el mar y todo lo que éste conlleva. En realidad, no tengo ni idea de por qué el agua convulsiona. Nadie mete el dedo y la revuelve, ni agita la pecera en un intento de que los pececillos salgan de su sueño y echen a volar (porque un pez que no se mueve puede ser un pájaro, o un tren, o una flecha). Supongo que en algún momento anterior a lo que mi imaginación augura, los peces se movieron. Y quizás ese movimiento pretérito sea precisamente lo que les lleva a estar quietos. Pero el agua, en fin, se mueve. Y en su superficie se crean ondas, espirales, pequeñas olas artificiales, el líquido sube y baja, se equilibra constantemente, y lucha. Lucha contra el cristal que le impone una forma, porque no creo que seas capaz de explicarte, o al menos yo no lo soy, cómo un puñado de agua puede tolerar una redondez absoluta. El agua, al moverse, intenta desmoldarse.
'Desmolde' significa 'acción de desmoldar'. Y molde, 'instrumento, aunque no sea hueco, que sirve para estampar o para dar forma o cuerpo a algo'. Un molde es una barrera externa que oprime un cuerpo hasta darle su propia forma. Es decir, traslada su forma íntegra a un campo que no le pertenece y, a fuerza de rodearlo, termina creando una copia suya que está constantemente en tensión por extenderse. El molde coarta el cuerpo, le impide desarrollar su estado más natural y mostrarse con el contorno que él reconoce como suyo. El agua, en la pecera, no es agua, sino agua con forma de pecera. Y el agua con forma de pecera no tiene absolutamente nada que ver con el agua con forma de mar. Tal vez sólo la cohesión de las miles de partículas, gotitas que se agarran unas a otras y se vuelven una, pero también estas gotas, en el mar, corren a su antojo. En la pecera deben formar, por opresión, un ente redondo. Y el movimiento acuático de la pecera se traduce como la lucha desesperada del contenido para liberarse, desparramarse sobre el suelo y buscar una bajada por la que fluir.
Quizás tenga el agua, en este sentido, una responsabilidad. La de desmoldarse, ejercer esa acción mediante la que se liberará de la maldita pecera. Creo que es por esto por lo que el agua convulsiona al más mínimo contacto, y escuchamos un 'glup glup' cada vez que chapotea. Es por esto que la copa de vino se vacía sobre la garganta al más mínimo vuelco y no se queda estacionada en el vaso bajo hasta que el mundo llegue a su fin. Es por esto que las gotas se desprenden del grifo, y aunque pueda parecer un parto, es simplemente una huida. Es por esto que a las gotas de lluvia les importa un pimiento precipitarse desde la nube, aunque caigan sobre el asfalto o una azotea o la boca de un adolescente. Y es fácil cuando el líquido encuentra un escape vertical, cuando la naturaleza o incluso el hombre le otorga la libertad necesaria para escaparse. Un empujoncito. Pero, cuando el agua vive en la pecera, no tiene escapatoria. Porque la fuerza del agua nunca será más fuerte que el cristal, y el cristal siempre será el molde que presione el contenido y vuelva inútiles sus gritos de esperanza.
Sin embargo, dentro de la pecera hay peces. Peces que están quietecitos, aletargados, hastiados de nadar en círculos. Peces terriblemente dignos de las palabras de Cortázar. Y para el agua de pecera, tener cuerpos en sus tripas es un alivio. O lo es cuando éstos nadan, tocan el vidrio con la nariz y no son cosas, sino seres. Los peces deben asumir la responsabilidad, que no sólo es del agua, de moverse, empujar, tirar, chocar, resbalar, machacar, placar, aletear, golpear, saturar, dar coletazos. El estado natural del agua es la extensión, pero un cuerpo no puede confiar simplemente en que su instinto o destino sea la salida. Tenemos que ser capaces de utilizar aquello que llevamos dentro, no solamente nuestra esencia humana, y convulsionar como cuerpos febriles en un acto que, a fuerza o estrategia, nos desmolde. La única vía de la dignidad humana es no confiar sólo en nuestro agua, sino también en nuestros peces. Y ser nuestros peces, e identificarnos con ellos, y apelar a aquella parte dormida del ente no sólo biológico que somos. Ser nuestros peces para mover lo que guardamos en el fondo, en el interior de unas costillas que todavía no se han roto porque los latidos que esconden no son, ni por asomo, lo suficientemente fuertes. Nadar, nadarnos por completo, descubrirnos mediante el curioseo y la autoinvestigación es una obligación y un derecho. Y utilizar esta natación, este movimiento para no volver a aletargarnos jamás, también lo es. Porque, sí, el estado natural del agua es luchar por fluir y buscar una salida, un agujero ínfimo, pero el de los peces es moverse, nadar, chapotear. Es por esto que la imagen del pez quieto me chirría, y es por esto, también, que esa maldita frase de Cortázar me llegó tan dentro cuando la esnifé con las pupilas. Porque somos agua y peces, y el agua es indispensable para que los peces vivan, pero los peces son insoportablemente necesarios si el agua quiere que algo haga fuerza y se aproxime a tocar el cristal con la nariz.
¿Te imaginas, entonces, un mundo de peces y agua? ¿Un mundo sin peceras? No un mar, sino un mundo de gotas libres. Yo sí. Todavía la experiencia no me aporta demasiado, pero creo que, si hemos llegado a este punto, es porque en algún momento decidimos tomar un camino que tenía una vía paralela. Y aunque las paralelas jamás se toquen, tenemos pies para saltar y la fuerza suficiente para impulsarnos, y la valentía mental necesaria para empezar a pensar que no tenemos por qué estar constreñidos por lo que nosotros mismos, tiempo atrás, construimos. Porque hay una diferencia entre una pecera y nuestro molde: el agua y los peces fueron añadidos en la pecera por un tercero, pero estos moldes los hemos creado nosotros, no sé si con malas decisiones o con decisiones buenas que ya quedaron obsoletas. Pero, sinceramente, yo quiero y me pido a mí misma tocar el vidrio con la nariz tanto como me permita la esperanza que me otorga esa pequeña luna que pende del cielo, la apertura de mi pozo, el tope de mi molde.
Así que esto es, finalmente, una declaración de intenciones. Vas a leer aquí un poco de mi desmolde, porque tengo la sensación de que escribir me ayuda a aspirar el olor del cristal mojado.

Y, como las buenas noticias se dan en voz baja, o eso escribió también Murakami, te doy una: todo en la vida evoluciona.


4 comentarios:

  1. ¡Un aplauso enorme y mi enhorabuena!
    Estupenda iniciativa abrir tu blog. Tienes mucho que decir y sabes hacerlo.
    Ya tienes una seguidora.
    Cariños varios, mi niña!

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    1. Soberbio...
      Sólo las palabras
      Conducen a
      la esperanza y está claro
      q tienes su amistad
      Bravo.

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  2. Mi querida amiga, yo ta no encuentro el cristal de mi pecera pero espero qué con faros como tu sepa nadar hasta mi orilla......gracias.
    Deseo que esta iniciativa tan positiva sea todo un éxito. Me declaro fan.....

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  3. A las tres, gracias. Gracias por leerme y por las palabras, que siempre, como sabrán, ayudan a que algo dentro de mi cabecita crezca. Y gracias simplemente por estar.
    Un beso, o tres, o los que quieran. Tengo de sobra.
    ¡Muacccccccccccccccccccccc!

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