jueves, 12 de diciembre de 2013

dulce introducción al caos


El otro día, un señor esperaba detrás de mí en la cola de la oficina del tranvía. Un señor muy mayor, de éstos que llevan los años colgados a las pestañas. Sacó del bolsillo un “móvil ladrillo”, un Nokia de tapa al que, hace unos nueve años, aquella niña que en parte sigo siendo habría calificado de “móvil de mi abuela”. Preguntó, con el móvil en la mano, como quien empuña el corazón, cómo era eso de pagar los viajes en tranvía con el móvil. Con un smartphone, y gracias a las virguerías de MetroTenerife, es posible adquirir un bono virtual y validar los viajes mediante un código QR.
La chica que le atendía sonrió, y yo también lo hice. Y es que cuando alguien deja traslucir una inocencia que ha vuelto a nacer con los años, no puedes evitar que se te curven los labios. La sonrisa no es irónica, ni de burla; surge de una comprensión que no sé de dónde nace.
Pero me niego a volver a sonreír ante una inocencia reconstruida, porque allí donde hay sonrisa existe la aceptación de que está bien ser dúctil.
Aquel hombre se había mareado. Y, mientras la chica le explicaba por qué su cacharro no servía, se le torcía el gesto. Estaba confundido, alienado ante el hecho de no entender, de tener en la mano un aparato incapaz que solamente servía para llamar. Parecía estar pensando que ya no pertenecía al colectivo para el que se hacen las mejoras. Me vi apurada. Quise decirle que no importaba, que llevar el papelito encima no es tan malo, que aquel Nokia le bastaba y que yo tampoco entendía por qué los aparatos y sus funciones, siendo tan iguales, son tan distintos.
Ya no quiero sonreír ante el mareo. Me niego a establecer una complicidad con el giro. Me parece un acto de irresponsabilidad, porque al fin y al cabo yo también me mareo y me desoriento y me doblo. Y es que, al igual que aquel señor al que le había saturado el cambio tecnológico y la inmediatez y la fugacidad a la que mi generación ya está tan habituada (convirtiendo la vida en un carpe diem impuesto por la desaparición, la obsolescencia programada), yo estoy ahíta, aturdida. Y veo lo mismo en pupilas ajenas, en gestos, movimientos que remarcan lo inocultable: oscilamos como cuerpos que se resisten al movimiento, e intentamos agarrarnos a un poste para que no nos arrastre la marea.
Tengo la sensación de que cada vez todo es más complejo: instituciones, televisión, Internet, burocracia, posiciones, líderes y meros jefes, información, posibilidades, leyes, justicia o ausencia de ella, acuerdos sociales, convencionalismos, significados. Cada vez las cosas tienden más hacia arriba, y en algún momento el cuello no dio más de sí y nos quedamos agarrotados, con los pies anclados al suelo y una nula posibilidad de escapar de los pedruscos. Todo gira, todo cambia deprisa, como los teléfonos móviles y los códigos, aplicaciones e incluso viajes en transporte público embutidos dentro del aparato que antes servía para llamar a casa. Y nuestro papel, hasta ahora, ha sido el de ajustarnos, amoldarnos a los giros que da todo y, corriendo al ritmo, aguantar el chaparrón de una sucesión de tiempo que se despega del reloj porque va más deprisa que éste.
Hemos caído en el desconcierto, en la falta de entendimiento. Y al no entender, nos mareamos. Es la respuesta lógica, natural ante las vueltas, ante esta noria o montaña rusa que nos ayuda a evocar las nubes pero que no nos permite tocarlas. Y al no entender, no sentimos pequeñitos; aceptamos de forma tácita que no tenemos derecho a participar en nada. El sentimiento de pertenencia no es proporcional a este vaivén que agarrota los miembros, que obliga a agarrarse a algo. Sentimos que no participamos en el cambio, en los nudos que cada vez ahogan un poquito más. La justicia no es nuestra, la política no es nuestra, la educación no es nuestra, la democracia no es nuestra. El mundo nos quiere dúctiles, y estamos tan ocupados en ajustarnos a sus ramificaciones que no nos damos cuenta de que sí, somos laxos. Y, anudando, nos anudamos.
Dejemos de sonreír ante la inocencia rehecha. No es la solución. Quizá ésta consista simplemente en compartir el mareo, en chillar que estamos aturdidos, que necesitamos una vía. Cuando tengo constancia de que me mareo, veo gente mareada. Y tiro del hilo, y pienso, y me siento un poco más mía. La comunicación es el principio, y el comienzo de la acción es verbalizar lo que nace o lo que ya está vivo. Y si este mareo puede constituir algún tipo de reacción al ajuste, lo digno es hacer que todo el que se sienta girar se dé cuenta de que no está moviendo las piernas. Sólo siendo conscientes podremos reaccionar. Después podremos decidir por dónde va a empezar la libertad.


"se rompió la cadena que ataba el reloj a las horas.
se paró el aguacero, ahora somos flotando dos gotas.
agarrado un momento a la cola del viento me siento mejor,
me olvidé de poner en el suelo los pies y me siento mejor..."
(Extremoduro - Dulce introducción al caos)


(Tengo que añadir, no obstante, que existen personas que se escapan del mareo, y lo hacen bien. Personas que no se dejan aturdir, que intentan comprender lo que les rodea. Son, sin duda, focos de luz, pruebas de que es posible conseguirlo. Les doy las gracias por anteponerse al giro, por patalear. Son los referentes que yo quiero tener. Porque un referente no es aquél que te enseña cómo se hacen las cosas, sino cómo es algo cuando está bien construido. Y, en este caso, cómo es alguien cuando pisa fuerte.
No puedo cerrar esta nota, porque quedaría vacía, sin mentar a mi brújula personal, a la que considero un fuerte ejemplo de esto. Las personas que saben que son imperfectas son las que ayudan a comprender)




12 comentarios:

  1. Después de tres días encerrada en casa con mil nubes sobre la cabeza siento un rayo de luz que me da calorsito.....gracias

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  2. Gracias a ti, como siempre. Me alientas a seguir escribiendo. Ya lo sabes.
    Muchos, muchos besos. Es un honor provocarte rayos de luz.

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  3. Prefiero ser un indio q un importante abogado....Extremoduro.
    Si vives como escribes tiene usted una larga vida.
    Iso

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  4. Quisiera que mi voz fuera tan fuerte que a veces retumbaran las montañas... Extremoduro pa' vivir.
    ¡Muchísimas gracias, Iso! Otro beso para ti. Y otro y otro y otro.

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  5. Entre la rigidez y la laxitud debe existir la actitud. Ese es tu camino me gusta saber q no te pierdes. Enhorabuena. Consigues que pensar la sociedad sea una acción compartida y eso no es fácil. A los pies de sus letras. Felicidades

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  6. Muchas gracias por el aplauso, Loly. Siempre es reconfortante. ¡Muac!
    Natalia, siempre es un orgullo que usted me felicite. Muchas, muchas gracias. Un abrazo.

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  7. Genial. Me encanta tu visión de la realidad. No pierdas nunca tu inocencia.

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